Últimamente estoy aprendiendo a ver muchas cosas desde una perspectiva completamente diferente a la que mantenía hasta ahora. Si hace poco pasaba del lado del escritor al del revisor de textos técnicos, ahora estoy cambiando mi perspectiva sobre la docencia.
Los que me conocen de una forma más personal ya lo saben, pero desde hace unas semanas he comenzado una “nueva aventura” como profesor en la universidad (en unos cursos de extensión universitaria), compatibilizándolo como buenamente puedo con mis propios estudios y con mis trabajos.
Por suerte, nunca me ha supuesto un problema el hecho de hablar en público, dicen que explico bastante bien y, para bien o para mal, ya tengo cierta experiencia en el tema de ponencias y charlas. Y os aseguro que estoy aprendiendo mucho de esta nueva experiencia. Cosas buenas, cosas malas, y cosas que simplemente hay que conocer. Desde luego, para la próxima ocasión, que será dentro de un par de meses, pienso usar toda esa información para mejorar y cambiar cosas.
Pero hoy he sentido un… llamémosle… punto de inflexión. Y ha sido cuando una alumna me ha pedido que le hiciera un justificante de asistencia a la clase (es obligatoria), que necesitaba para ciertos asuntos suyos. Lo primero que uno piensa es “¿pero qué coño pongo?” y, al final, cuando está redactado y firmado, uno lo mira y piensa “¿pero esto tiene alguna clase de validez para alguien?“. :-D
Lo dicho, estoy aprendiendo mucho más de lo que creía.
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