Unos días antes de irme a Londres, hablando con un amigo, salió a colación el tema de las máquinas recreativas. Recuerdo que, a mediados de los noventa, y siendo yo un enano, las recreativas eran la panacea del entretenimiento.
Por aquel entonces, en el ámbito doméstico, algunos afortunados disfrutaban de las nuevas consolas de cuarta generación, mientras que la mayoría aún jugaba con las prolíficas consolas de tercera generación. Sin embargo, en las recreativas encontrábamos sistemas que estaban a años luz de lo que podíamos disfrutar en el salón de nuestra casa: gráficos coloristas, una enorme cantidad de sprites en pantalla, sonido digital de alta calidad…
Sólo unos pocos, con la pasta suficiente como para dilapidarla en una Neo-Geo, podían acercarse a lo que los salones recreativos nos ofrecían. No obstante, el hardware de dicha máquina era básicamente el mismo que el de algunas placas de recreativas: dos procesadores (uno de ellos un 68000 de gama alta), coprocesadores auxiliares dedicados al audio y al vídeo… una auténtica bestia para la época, pues salió a la venta más o menos a la vez que la Super Nintendo.
La llegada de la quinta generación de videoconsolas supuso un acercamiento de los sistemas domésticos a las recreativas, comenzando a encontrarse algunas adaptaciones fidedignas de títulos de los salones arcade, sobre todo en la gallina de los huevos de oro de la época, la PlayStation. Aún así, las nuevas recreativas seguían ofreciendo más potencia y, sobre todo, accesorios y periféricos que difícilmente podrían adaptarse al mercado doméstico.
El final del siglo XX trajo consigo la sexta generación de videoconsolas, que comenzó a dar la vuelta a la tortilla. Las consolas domésticas y los ordenadores tenían ya potencia suficiente como para superar a la gran mayoría de los arcade, y además ofrecían posibilidades nuevas, como el juego online. Por otro lado, comenzaron a comercializarse todo tipo de accesorios para el mercado doméstico, por lo que las recreativas perdieron una de sus principales bazas para competir.
La actual séptima generación ha reafirmado esta tendencia, sentenciando definitivamente a los salones recreativos a cambiar su modelo de negocio. Tragaperras, billares, futbolines, y máquinas recreativas completamente desfasadas pueblan ahora el paisaje de dichos salones. Por supuesto, y como siempre, existen excepciones. Los siempre excéntricos japoneses mantienen sus salones tan llenos como estaban hace quince años, con máquinas de lo más estrambótico. ¡Hasta simuladores de kancho!
Aunque algunas me pillaron muy pequeño, uno siente nostalgia de estos juegos, de los cinco o veinte duros que echaba y duraban apenas un par de minutos, y de las partidas con los amigos. Pero no sufráis, porque siempre nos quedará MAME… y los amigos igualmente nostálgicos.
Todos recordamos aquellos viejos tiempos…
Es una putada ya no encontrar máquinas de Time Crisis II y del Virtua Cop 2, :'(